Un movimiento estrepitoso de la tierra se oía al acercarse su ejercito. Se detuvo frente a su tonel. El Perro le llamaban al mendigo que vivía en él. Salió con pereza y su semblante molesto. El poderoso Alejando bajó de su caballo mirándolo con altivez.
Vengo a ofrecerte mi oro, le dijo el emblemático soberano, para que termines tus días con el rostro iluminado. El pequeño hombre barbudo recibió en silencio su obsequio. El rey subió a su caballo y se marchó satisfecho, por haber usado su poder para una causa tan noble. El mendigo puso el lingote en el árbol ligeramente inclinado para que el sol iluminara la boca de su tonel.