
Venía arrastrando su pierna, el dolor le paralizaba su carne pero no le impedía llegar.
Sonreía a cada uno y a todos abrazaba. Subía despacito al atril para decir su palabra.
Un librito le servía de ayuda, su discurso era claro y su mensaje hacía arder el corazón.
Caldeaba la vida de quienes pretendían recibir el bautismo como compromiso de seguir a Jesús.
Un sabado llego como de costumbre, comenzó a leer un texto de Jesús que decía: "el Espíritu del Señor está sobre mi, el me ha enviado..." Y entonces detuvo la lectura y salió enérgicamente del templo. Nadie se animó a detenerlo ni a preguntale: ¿A dónde vas? Su caminar era preciso y decidido. Las palabras habían hecho eco en su corazón. Nadie sabe con certeza dónde continúa su predica, pero todo el pueblo mira espectante el horizonte aguardando que regrese de su gran misión.